viernes, 20 de abril de 2012

Las leyes de la distancia.

Lejos, otra vez.
De todas las leyes tiránicas que impone la distancia, la peor no es saberme lejos de tus labios o de tu sonrisa de medio lado o de la imponente presencia de tu sexo.
Mi cuerpo se acostumbra a la dulce y tranquila ausencia de deseo ... No estás tu para abrir mi piel con tus caricias... No estás tú  para incendiarlo con tus tácticas de hombre o tus juegos de niño.  Ni la esponja ni el agua caliente de la ducha despiertan este cuerpo dormido y cerrado.
Estás, como no, donde siempre: en mi cabeza dónde reinas, en mi corazón vivo gracias a tus cuidados y en el hueco triangular que limita con mis muslos. 
Lo peor es que durante un momento de cada hora... me enfado con el destino, con los dioses desconocidos,  con las leyes de este espacio. Es injusto, me repito. Es injusto. Era mi privilegio. Se me había otorgado. ¿Por qué pues no puedo disfrutar del derecho a mirar tus ojos por lo menos un instante cada día? Esto es lo peor de las injustas leyes  que impone la distancia.